dialéctica


El tiempo que ha transcurrido de este día me recuerda la mecánica armoniosa de los columpios con que jugaba. Tomaba impulso estirando las piernas hasta apoyarme en la punta de los pies, hasta sentir dolor en las pantorrillas y me dejaba caer, sin tocar el suelo. Subía y bajaba cada vez más veloz impulsado por el movimiento de mi cadera y de mis piernas. Al final, podía subir tanto que veía el cielo frente a mi rostro, luego descendía con cosquillas en el estómago. Resultado final: el vértigo se detenía dejando que mis piernas se arrastrarán en la arena como un ancla llena de algas.
Otra vez frente a una práctica calificada acerca de Aristóteles, esta vez debo escribir sobre uno de sus libros de lógica, quizá el más amable. Es una mañana gris, propicia para la metafísica. Días como estos se pueden observar con poca atención. Sin pasión. La filosofía no se comporta como una intrusa esta mañana.
En el invierno del año 2003, el gobierno declaró el estado de emergencia en diferentes ciudades del Perú por las graves protestas que incluían el cierre de carreteras, el ejército tomó el control de la seguridad. Una de las ciudades afectadas por la restricción de derechos personales fue Puno. Puno, está situada a más de 4000 metros de altura a orillas del lago Titicaca. Es una ciudad saciada de sol, frío y asfixia. Algunos estudiantes de la Universidad del Altiplano decidieron salir ese día para desafiar la prohibición de reuniones en la vía pública. Los imagino dándose confianza, llamándose a sí mismos: compañeros. Algunos de ellos, los más despiertos esa mañana, se sabrían patéticos. Y quizá eso los enorgullecía al punto de entender como inevitable lo que habían decidido apresuradamente, la noche anterior.
En el noticiero del mediodía observé un grupo de hombrecitos corriendo perseguidos por otro grupo mayor de hombrecitos que les lanzaban puntitos negros. Soldados, estudiantes y piedras respectivamente. Se oyeron disparos, en la televisión suenan como si se quebrase un plástico duro y blanco, el que sostenía la cámara desenfocó la imagen y se escondió. La imagen volvió a enfocarse en un grupo muchachos que agachados trataban de arrastrar a un muchacho similar a ellos, estaba tirado en el suelo. Cuando lo levantaron aún hablaba, de la espalda brotaba la sangre como de una botella recién abierta. El chico pese a tener los ojos abiertos y quejarse supongo que no era conciente que sus intestinos colgaban por un horrible hoyo en el vientre. La bala de un fusil de asalto a distancia intermedia (de su rango de alcance efectivo) es capaz de seccionar la columna vertebral y literalmente partir a un hombre en dos. El chico, poco después, murió frente a la cámara. Los heridos empezaban a llegar a los hospitales.
El chico estudiaba educación, tal vez había salido a protestar porque era de un grupo de izquierda, porque le molestaba el estado de emergencia, porque quería figurar, porque le gustaba la emoción de un riesgo razonable, quizá tampoco él lo sabría con precisión. La madre apareció en el noticiero de la noche, una mujer pobre, aymara, hablando un castellano mínimo, lloraba. Al chico lo enterraron poco después.
A los pocos días se acordó una protesta, fui el único que parecía interesado en que alguien dijera algo. Pegué un cartel donde escribí sobre la injusticia y la rabia. En treinta minutos había desaparecido. En la hora acordada para la marcha, se habían reunido 25 personas. Deje la procesión en medio recorrido porque me sentí blandamente irreal. Me senté en un jardín lo que quedaba de la mañana, al rato pude distinguir otra vez mis manos, mis brazos. Mi rostro en un espejo.

Lima, cruce de la Av. Arequipa con la Av. Benavides, 13 de octubre, 1:58 de la tarde

El semáforo está en rojo, y los carros esperan tocando las bocinas. Un hombre trata de subir a la coaster pero el cobrador se lo impide, sus labios se mueven con el mismo movimiento aparente de los hombres que caminan por la vereda de enfrente, uno de ellos mira el suelo, quizá perdió una moneda o un alfiler. Una mujer en un toyota rojo mira un árbol. El calor es tolerable, pero el asiento delantero me aprieta las rodillas. Sacó un libro para leer en el camino. Verde.

Comentarios

[_kara_] dijo…
:( mi cara mas honesta. Verde que? el libro..la luz del semaforo...el cadaver del estudiante hoy en dia...paz

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