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Mostrando las entradas de julio, 2007

cuando aprenda a narrar...

El barrio era frío cuando cruzaron las vías, y varias cuadras después, hasta que entraron al museo. Tarde. Tuvieron que trepar rápido las escaleras para no ser vistos por el cuidador. En la primera sala: el silencio, la madera de oriente, el olor a sándalo en el vientre antiguo. La música tenue, venía de otra parte. Las escenas trágicas crecían, se multiplicaban sobre la madera, sobre los jarrones, en los relojes. Las flores nacían en el agua, las orquídeas se desparramaban por el piso, en las repisas, entre las piedras. Mientras él hablaba, atravesaron la puerta que daba a la sala de la terraza. Ahí estaba ella: con sus ojos agrietados, sus pequeños rodetes a cada lado, llorando sobre el erial las piedras del color de su tristeza. ¿Cómo había llegado hasta allí? Alguien la había llevado, había decidido que su cuerpo cruzaría a tientas la intensidad de esos cuartos. ¿Había pensado, acaso, en la perplejidad? ¿Cómo entender esa tarde? Ella podía convertirse en otro cuadro de la sala, en