aristú después del desayuno


Creo que son las 10 y algo de la mañana, se supone que estoy dando un examen sobre Aristóteles y yo no recuerdo nada. Prefiero escribir sobre lo se me antoje, así lo había decidido antes de saber que hoy me tomaban un examen. Como es un examen de recuperación sólo fingimos estar atareados en él, un pequeño grupo, el resto escucha con atención (o finge también) una de las exposiciones programadas. Ahora habla un tipo joven, pelo largo y sucio, tiene tres collares concéntricos en el cuello, el más grande con púas y se pregunta sobre las aporías expuestas por Aristóteles en el libro III de la Metafísica. Parece tener la intención de elevar la voz para ser distinto al expositor que lo precedió –uno que producía pena oírlo balbucear en su lucha por hacerse escuchar por encima de una cortadora de césped que se ocupaba de una labor útil en el jardín de la facultad de electrónica–. Alguna vez cuando llegamos al inevitable tema del sentido de la filosofía, el urgente por qué de estar nadando en este corpus (una palabra feliz), la respuesta aceptada definía la filosofía como un ejercicio intelectual, una especie de juego para el desarrollo de la mente, como el lego o un buen crucigrama. Por lo demás, sin ninguna importancia práctica. Estábamos orgullosos de ello, hasta cierto punto. ¿Estos chicos toman en serio el juego? No lo creo, pero tienen la edad necesaria para dedicarse a una pasión; ya sea memorizar todos lo nombres de los grupos after punk o volverse eruditos en kick boxing o manga. Además la filosofía quizá les parezca un conocimiento antiguo y arcano. Quién sabe, después de todo, lo que la gente suele desear, yo me abstengo de darle mucha importancia a mis especulaciones, y eso costó años de golpizas a mi orgullo.

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