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Mostrando las entradas de abril, 2006

vacíos

Un dedo traza el muro que crece por cada signo sin aliento por cada palabra precavida donde escondió los miedos/ los huesos/ sus besos límpidos quedaron en el recuerdo que dibujó una cara/ un cuerpo y no el deseo que hoy lo desoye lo desmiente /lo divierte lo disuade de ese espejo donde no se encuentra ese fantasma soplado por otros lo condena a mirar y no verse/ a vigilarse el sueño: ciego reino donde ella –dueña- diera al amo, sin trofeo a cambio, el duelo por un hueco bajo el dibujo inerte de una piel donde confundir el tiempo y concebir su sexo latiendo/ lento

Amareto

Una mesa sola, su vajilla sucia, fuente intacta de frutas. Agua sin vasos. Bordado mantel con nombres raros, ventanal abierto de aire Y alas, y polvo deja hilos en vela derretida. Rapaces aves negras en festìn la mesa, esperando abierta. buitres bajo el techo, comen sus carnes. Ellos reúnen los sucios, desgajan las servilletas. Limpian... Seremos alimento sobre la mesa? Saciados de encuentros los huesos, un lienzo que cubre nuestros nombres, la mesa sus despojos, los buitres nuestros cuerpos en un amor que nos sació hasta morir. Felices pájaros se alimentan de sangre seca, En alas negras nos hemos convertido. Volemos.

Amareto

La fruta espera en una mesa/ sola a quien la encuentre y ser devorada o palpada con dedos que temen la incertidumbre oculta tras la cáscara Nadie quiere sentarse en esta mesa ¡seguirá tan sola como lupanar después del alba! Manzanas salpican de rojo y estallan en el mantel que cubre la suavidad de un cuerpo endurecido donde habita la soledad de frutas que sólo tu boca hizo posible/ y no los buitres que buscan restos bajo el techo invitados a una mesa hecha de ausencias Ni el cenicero que colmaste con excusas grises, ni las blancas servilletas con huellas de furia en tus labios, verán el carozo, la semilla, que cava hondo bajo la jugosa, dulce carne en cuyo centro anida el misterio

sin nombre

Un hombre elegido para ser salvado/ huye de la ciudad que devoran las perras o el alcohol los perversos el calor los cuerpos de la mano va una mujer/ la suya sin nombre y para qué todo su ser en el ser de alguien/ de ese hombre que la obliga a no mirar y hacer a un lado el pasado, el tiempo en que los pies se dejaban –arremolinados- acariciar por sábanas de otras, de otros, se demoraban en cuartos tan ajenos como esa mano que la arrastra al olvido. No entiende el por qué de tanto andarle huyendo al deseo ¿y hacia dónde?... Irse a dormir cada noche luego de la cena a una cama donde dará siempre con el cuerpo, y los miedos del que cree salvarse y la culpa que le ha crecido como un grano sobre el corazón/ no lo dejará más ser saboreado por su lengua cual buril de fuego. Peor que el cuerpo, ha perdido el nombre que nunca tuvo y buscó incesante pronunciando en el coito otros sobre oídos que no le dirían el suyo a ningún precio. Ni Iris, ni Abraham, ni Juan, ni Pedro a cambio sólo gemidos o

Hambre de perros

En la oscura/ recurrente noche Abandoné los deseos de gritarle a Cuellar que no/ que no bastaba con llorarse todo sobre el volante del Nash que lo mataría/ que los cachorros le habían mordido/ amputado el sentido: su sexo vacío/ su apodo maldiciendo el cuerpo/ Pichulita: víctima, herido, preso cayendo hoy/ callado, desaparece /en la dolorosa red de las palabras.