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Sobre la pancita del sapo un tratado por anfibio y cantor un libraco que explique por qué se infla y croa si en la oscuridad se pierde una noche yo también me perdí era en auto con un amigo y ese perro cruzando la ruta la línea la vida la oscuridad inmensa y nosotros con él un golpe la parálisis buscarlo y no encontrar más que la noche ese silencio hecho de zanjas donde cabe la muerte y al regresar qué sin cuerpo y con la certeza algo había cambiado la noche era la misma seguía en silencio hasta que se nos hizo un rezo la despedida tal vez otra forma de pedir perdón y en la negrura miles de pancitas de sapos -únicos testigos de esa tristeza- largaron a croar
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sigue a la vuelta como una moneda una alfombra un irse sigue lo que necesitaba a la vuelta de la casa: la cruz, un irse el uno y el otro, siguen dando vueltas hasta necesitarse de otro modo que no es moneda ni alfombra ni irse de vuelta un necesitar para volver hasta devolverse vomitarse a sí mismo dar con ese ser erosionado que las entrañas se tragaron
la bolsa de nylon ya no se usa pasó de moda no es sustentable como las cartas notas confusas de amor desvelos hoy son del aire el viento todo arrastra sin prisa bolsas papeles tu amor los naipes mientras te escribo busco consuelo trazo caminos dibujo azares quiera el destino que esta voz tibia detenga al viento con sus desmanes para que quieta en tus oídos se haga susurro dulzor cantares
¿puede la sangre cambiar su curso? ¿llegar al hueso hueco del perdón? ¿regar la carne que no floreció? ¿drenar el barro nocivo de la ira? ¿puede la sangre latir distinto? ¿mutar lo grave en lo profundo? ¿ir de mil modos, al centro o sin rumbo confiando en el fluir de gota de tiempo que es el pulso?

escarcha

Escarcha está llena de mañana, de sueño, de vidrio que durmió a la intemperie. Cuando niña me impresionaba la vendedora de fósforos. Era un cuento lleno de escarcha. Esa escarcha no era poética, porque la poesía no le rodea los pies descalzos a una niña mientras ella intenta encender el único fósforo que le queda para soportar la noche.

Herencia

Mamá se encargó de repartir tus cosas cuando te fuiste. A mí me tocaron los platos de porcelana, esos con ramilletes de flores pintados en el borde. Los uso para los cumpleaños o cuando viene gente a cenar. No recuerdo si los usabas o estaban guardados...  Alguno se rompió, siempre fui un poco torpe, y muy torpe al lavar los platos.  Mas de lo que quería hablarte, es de la pava. Sí, tu pava. Yo la reclamé junto con ese mate de barro que no sirve más que para guardar tornillos y alfileres.  Los pedí como una forma de ganarle al olvido, de saber que la muerte no podría llevarse el ritual que nos hacía palabra. Vos mantenías la yerba intacta. Entonces, el tiempo se deshacía, se esponjaba y era una nube indefinida e infinita. A veces, se me pone blanca la memoria, como si se llenara de un sarro que se adhiere y corroe sin piedad.
Que se puede ver tocar, dicen que es de piedra, tierra madera que separa, dicen que se puede trepar se puede romper escribir se puede golpear de rabia de sexo de muerte desde el pie la pared crece, dicen hay un muro que se descascara en la casa escucha inmóvil mientras habla el silencio a veces alguien entra seguro es la humedad, dice
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acá pasa el tiempo acá hoy es mañana y en la de al lao qué allí nunca nada hasta esa noche noche atropellada con la luna llena llena derramada la ventana abierta abierta la coraza el en los ojos sangre en la mirada como suplicando no me midas nada
Malena tiene sueño. Lo sé porque repite frases, pide upa y mete su mano en mi vestido. Tantea una teta y otra como si su palma pudiera reconocer olores y formas para distinguir su preferida.  Agarra –sí, su mano ahora es más una garra de mamífero que la redondez mullida que todos ven. Agarra la izquierda. Ésa es su teta, de la que se prendió al nacer, el ancla que la mantiene en el mundo cuando el sueño se la quiere llevar. Frente a ella, la bisabuela la mira desde sus noventa y tantos. -Hay que dejarla. – dice - Yo agarraba la teta de mi abuela. Y todavía la recuerdo.         Entonces vuelve en el tiempo, claro y blanco como su pelo. La memoria es una piel que transparenta las imágenes que lleva tatuadas. Habla de la mamá que murió a sus nueve meses; de la abuela que la crió, con la que durmió hasta que se fue a trabajar y vivir a otra casa; de esa teta a la que se prendió para seguir viviendo, aunque de ahí ya no fuera a salir nada. O todo: el sostén que la ayudó a llegar
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Las simples cosas el sabor a lúcuma entre edificios viejos amarillentos/ el café que nunca tomamos el temblor de los cuerpos después  las madalenas de chocolate enmigando los libros, los discos todo en su sitio detenido esperando ser devorado demorémonos en la lentitud de la arena en los sabores sobre la lengua virgen en las piernas exhaustas de altura lejos nos espera el tiempo que engulle lo que encuentra y escupe los restos de cosas queridas
en otra casa en otro pueblo hay un tejado imperceptible con su piel mohosa le pone banca a la intemperie y tiene un fuego bajo el ala   casi junto al corazón en otra casa en otro fuego hombres y mujeres danzan en círculo sin miedo         infinitos pronuncian palabras como espejos en otra casa en otro tejado un gato negro se separa de la noche con la certeza de que el tiempo juega a las repeticiones