Galactorrea


Hoy descubrí cinco palabras más y sólo una es compuesta. Provienen de una vieja enciclopedia médica familiar, así que supongo que son lo bastante ordinarias para haber acaecido —en concurrencia— en algún sujeto, en algún tiempo. Conjeturo un predicamento: Antonio Mendoza de Zúñiga detiene su paseo constante entre la tienda y el almacén, observa conmovido la catedral. No lo dominan, como supondría el observador descuidado y prejuicioso, sentimientos religiosos. Además de su displicente concurso en la cofradía y algunas caridades cuidadosamente premeditadas al inicio del año, el celo religioso no dispensa agitación alguna a su espíritu. Se dedica con fruición a la nostalgia. Sus abuelos paternos fueron marranos que navegaron con menos esperanza que mareo para llegar al Virreinato del Perú, donde en menos de tres años Don Rodrigo Mendoza amplió sus contactos comerciales hasta las ciudades mineras. Elohim concede prosperidad a los que permanecen fieles en la persecución y el exilio. Murió, unas semanas después de su último viaje, por una fluxión en el pecho que no le permitía respirar y decir sus plegarias al mismo tiempo. En trance de elegir Don Rodrigo prefirió recorrer el camino que al fin al cabo le estaba destinado por su humana condición. Oró hasta asfixiarse, su piel adquirió un tono cárdeno que Antonio recordaba en alguno sus sueños más profundos. El nuevo amo, el padre de Antonio, dirigió con premura y astucia su heredad. Juan Mendoza gustaba de las rameras mestizas, preferencia que Antonio siempre encontró admirable, puesto que de las rameras apetecibles, eran las más baratas. Este equilibrio entre el placer y el deber guió los negocios del Padre de Antonio, su patrimonio se multiplicó. Murió en Potosí, en una celada que ordenó el virrey contra otro comerciante para apropiarse de sus propiedades, el error de los esbirros no fue sancionado porque las ganancias del virrey fueron las mismas y esto terminó aplacando su enojo, trocándolo en ternísima avaricia. Antonio al enterarse, por boca un arriero, de la muerte de su padre en esa empresa comercialmente notable pero colmada de riesgo, tomo los candelabros de siete brazos el libro que le aburría, obligado a fingir arrebatos de piedad; y los arrojó al fuego del horno. La madre protestó débilmente cuando notó su ausencia pero entendió que cualquier protesta era vanidad inútil, así continúo gozando del afecto y los favores del nuevo amo. Antonio se casó con una joven toledana —con cuyo padre Juan Mendoza había convenido un contrato matrimonial, el primer negocio en su vida que resultaba comercialmente adverso, pero Juan Mendoza conocía a su hijo y lo sabía morón y melancólico. El trato después de todo era ventajoso— La toledana al ver a Antonio no pudo velar un gesto de resignación, la piel de Antonio estaba cuidadosamente salpicada de comedones y en el pecho y la espalda se abrían muchos carbunclos tibios y húmedos. La noche del himeneo la toledana durmió untada en los aceites del esposo, al despertar no se sometió a ninguna higiene y fue acumulando con obstinación las efusiones de su nuevo dueño. Antonio, con prudencia, se dedicó al comercio y a visitar a una furcia que era célebre por gracia de sus senos, de los que manaba continuamente un hilo de leche, bebía de ese licor y suspiraba largamente dedicado al infame vicio de Onán.La inquisición había fijado su interés, inmerecidamente, en Antonio Mendoza, un mercader al que trato de malquistar con el Santo Oficio fue más pródigo y supo contratar mejores testigos que él, en esto ni su padre ni su abuelo jamás ahorraron un maravedí.Frente a la catedral, respiró con dificultad, y sintió en el laberinto de su pecho la humedad que lo envolvía, se percato que había olvidado el pedido de un cliente y desandando el camino hasta la tienda, entró sin saludar y se perdió en la oscuridad de los cuartos interiores.

Comentarios

Anónimo dijo…
¿Cuando se come aqui?

yanosoyagata

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