el teatro chino en Capón

para que alguien se anime a escribir un cuento


Hallazgo en la Historia de la República del Perú (octava edición) de Jorge Basadre, Aspectos culturales del período 1873 a 1878, XXXIV, p. 1665

Hacia 1878 el diplomático italiano T. Perolari Malmignati, recorriendo el barrio chino de Lima, ubicado alrededor del Mercado, fue, varias veces, concurrente al teatro Odeón, adquirido por la colonia de esa nacionalidad. Lo encontró increíblemente sucio. A excepción de pocas personas, los asistentes eran asiáticos míseros y escuálidos con apariencia de mendigos. Algunos tenían los pies descalzos y no lucían ni siquiera una camisa, fumaban y comían plátanos. En el lugar donde en otros locales se ubica la orquesta, muchos espectadores veían el espectáculo de pie, apretados los unos con los otros. Carteles rojos con palabras negras en idioma chino adornaban la izquierda y la derecha del palco escénico. En un rincón, una banda u orquesta dejaba oír acordes desacompasados en los que este escritor creyó hallar gran semejanza con la música árabe, recordando las experiencias que anotó en su libro Su e giú per la Siria (Milán, 1878). Los instrumentos eran una especie de tambor con platillos, una especie de guitarra, un conato de clarinete y algo así como una cacerola. Los actores, todos ellos con máscaras, representaban papeles de hombre y de mujer. Asombraba la magnificencia, la esplendidez de los vestidos de seda y de raso usados por la mayoría de estos personajes. Perolari Malmignati creyó encontrarse por eso, ante la mascarada de una corte. Los rostros estaban, a veces pintados con tinta de un modo increíble; alguno representaba a varios sujetos y cambiaba varias veces en la apariencia y en el traje. La música acompañaba casi siempre a las palabras. Un anciano con una barba blanca era un espíritu malignos que trataba de enfermar a una muchacha. Los padres de ella llamaban a un médico cuyo talismán debía tener un resultado bienhechor. El efecto era similar al de algunos teatrines de títeres y también hacían surgir el recuerdo de la escena de las cruces de Fausto de Gounod. El médico terminaba por volverse odioso y contra él se arremolinaban el padre de la doncella, sus servidores y cuatro policías en ruidosas actitudes. Espléndidamente vestido, un mandarín a quien un lacayo cubría con una sombrilla aparecía para pronunciar una sentencia con justicia para todos. Pero éste no era el acto final. Las representaciones chinas duraban cinco, diez, hasta quince noches. Sin embargo, se respetaba la unidad de acción porque la acción no se interrumpía; también la unidad de lugar, pues la escena siempre era la misma; igualmente la unidad de tiempo mantenida gracias a la duración indefinida del drama. Pero, aquí no había exactamente un drama sino una mezcla de escenas de comedia, tragedia, farsa, pantomima, ópera, baile, ejercicios gimnásticos, juegos de destreza, de agilidad, de fuerza. Apariciones de seres extraños, peleas arlequinescas y otras cosas más. Mesas y sillas tenían una importancia simbólica en este teatro. La ubicación de las puntas de los pies de los actores era significativa; señales o signos marcaban a quien entra después de haber llegado a caballo o a quien debía marcharse. Abundaban las muertes en escena; pero ellos se marchaban con sus propios pies. Los sirvientes, moviéndose frecuentemente, se confundían a veces con los espectadores.

Comentarios

me gusto tu descubrimiento, aunque no sé quién eres

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