El problema es...

solía empezar así mis oraciones. Pero con el tiempo, al igual que los manubrios o las gomas, termina uno por desgastarse y dejar las más caras frases en el fondo de la garganta. Allí, o se convierten en conceptos o en sarro, como sea en halitosis. Me leo hasta el punto que acaba de cerrar la anterior oración y me parece que no he cambiado nada. Sin embargo, es incurrir en esperanza. Las palabras siempre dicen mucho menos de lo que realmente le pasa a uno. por ejemplo, yo...


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