Sobre la pancita del sapo  un tratado  por anfibio y cantor  un libraco que explique  por qué se infla  y croa si en la oscuridad  se pierde   una noche yo también me perdí  era en auto con un amigo  y ese perro cruzando la ruta  la línea la vida la oscuridad inmensa  y nosotros con él  un golpe la parálisis buscarlo  y no encontrar más que la noche  ese silencio hecho de zanjas  donde cabe la muerte   y al regresar qué  sin cuerpo y con la certeza  algo había cambiado  la noche era la misma  seguía en silencio  hasta que se nos hizo un rezo  la despedida tal vez otra forma  de pedir perdón  y en la negrura miles  de pancitas de sapos  -únicos testigos de esa tristeza-  largaron a croar      
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Mostrando las entradas de 2018
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sigue a la vuelta como una moneda  una alfombra un irse  sigue lo que necesitaba  a la vuelta de la casa:  la cruz, un irse  el uno y el otro, siguen  dando vueltas hasta  necesitarse de otro modo que  no es moneda ni alfombra  ni irse de vuelta  un necesitar para volver  hasta devolverse  vomitarse a sí mismo  dar con ese ser erosionado  que las entrañas  se tragaron    
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la bolsa de nylon  ya no se usa  pasó de moda  no es sustentable  como las cartas  notas confusas  de amor desvelos  hoy son del aire   el viento todo  arrastra sin prisa  bolsas papeles  tu amor los naipes  mientras te escribo  busco consuelo  trazo caminos  dibujo azares   quiera el destino  que esta voz tibia  detenga al viento  con sus desmanes  para que quieta  en tus oídos  se haga susurro  dulzor cantares
escarcha
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Escarcha está llena de mañana, de sueño, de vidrio que durmió a la intemperie. Cuando niña me impresionaba la vendedora de fósforos. Era un cuento lleno de escarcha. Esa escarcha no era poética, porque la poesía no le rodea los pies descalzos a una niña mientras ella intenta encender el único fósforo que le queda para soportar la noche.  
Herencia
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 Mamá se encargó de repartir tus cosas cuando te fuiste. A mí me tocaron los platos de porcelana, esos con ramilletes de flores pintados en el borde. Los uso para los cumpleaños o cuando viene gente a cenar. No recuerdo si los usabas o estaban guardados...    Alguno se rompió, siempre fui un poco torpe, y muy torpe al lavar los platos.    Mas de lo que quería hablarte, es de la pava. Sí, tu pava. Yo la reclamé junto con ese mate de barro que no sirve más que para guardar tornillos y alfileres.    Los pedí como una forma de ganarle al olvido, de saber que la muerte no podría llevarse el ritual que nos hacía palabra. Vos mantenías la yerba intacta. Entonces, el tiempo se deshacía, se esponjaba y era una nube indefinida e infinita.   A veces, se me pone blanca la memoria, como si se llenara de un sarro que se adhiere y corroe sin piedad.  
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Que se puede ver  tocar, dicen  que es de piedra,  tierra madera  que separa, dicen  que se puede trepar  se puede romper escribir  se puede golpear de rabia  de sexo de muerte  desde el pie  la pared crece, dicen   hay un muro que  se descascara en la casa  escucha inmóvil  mientras habla el silencio  a veces alguien entra  seguro es la humedad, dice  
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 Malena tiene sueño. Lo sé porque repite frases, pide upa y mete su mano en mi vestido. Tantea una teta y otra como si su palma pudiera reconocer olores y formas para distinguir su preferida.  Agarra –sí, su mano ahora es más una garra de mamífero que la redondez mullida que todos ven. Agarra la izquierda. Ésa es su teta, de la que se prendió al nacer, el ancla que la mantiene en el mundo cuando el sueño se la quiere llevar.   Frente a ella, la bisabuela la mira desde sus noventa y tantos.   -Hay que dejarla. – dice - Yo agarraba la teta de mi abuela. Y todavía la recuerdo.                Entonces vuelve en el tiempo, claro y blanco como su pelo. La memoria es una piel que transparenta las imágenes que lleva tatuadas. Habla de la mamá que murió a sus nueve meses; de la abuela que la crió, con la que durmió hasta que se fue a trabajar y vivir a otra casa; de esa teta a la que se prendió para seguir viviendo, aunque de ahí ya no fuera a salir nada. O todo: el sost...
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Las simples cosas    el sabor a lúcuma  entre edificios viejos  amarillentos/ el café que  nunca tomamos  el temblor de los cuerpos después  las madalenas de chocolate enmigando los libros, los discos todo en su sitio detenido esperando ser devorado    demorémonos en la lentitud  de la arena en los sabores  sobre la lengua virgen  en las piernas exhaustas de altura   lejos nos espera el tiempo  que engulle lo que encuentra  y escupe los restos  de cosas queridas      
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en otra casa  en otro pueblo  hay un tejado  imperceptible  con su piel mohosa  le pone banca  a la intemperie  y tiene un fuego  bajo el ala   casi  junto al corazón   en otra casa  en otro fuego  hombres y mujeres  danzan en círculo  sin miedo         infinitos  pronuncian palabras  como espejos   en otra casa  en otro tejado  un gato negro  se separa de la noche  con la certeza de que  el tiempo juega  a las repeticiones